La mente del
soldado mensajero volaba una y otra vez sobre dos asuntos, el primero era uno
ocurrido pocas horas atrás, dos, quizás tres, no era capaz de saberlo con
certeza. Fue cuando el general Milciades se acercó a él y apretándole en el
hombro contrario al que le habían herido con un venablo lanzado por los porta manzanas, los soldados de elite
persas llamados así por la forma del contrapeso que tenía la propia lanza. Milciades
el joven se aproximo a su rostro y le dijo:
Fidípides,
solo tú eres capaz de lograr alcanzar Atenas para comunicar nuestra rotunda
victoria a nuestras mujeres antes de que éstas acaben con la vida de los hijos
salidos de sus vientres, al pensar, equívocas, que hemos sido derrotados en
Maratón y que los persas se dirigen a nuestra ciudad con el fin de someter a su
dictadura a todos ellos. Ve, pues, fiel soldado e ignora tus heridas ya que de
cada gota de sangre derramada habrá de salir con bien tres vidas atenienses que
vivirán para cantar tu gran gesta. Corre como nunca Fidípides. Corre.
Sin duda, esas
palabras y ese amor a su patria, a sus congéneres, era lo que le impulsaba de
forma irracional hacia su destrucción.
Lo segundo a lo que
le daba vueltas sin cesar en su cabeza, eran las palabras de ese viejo loco de
Heráclito de Hefeso. Aquella palabra sin sentido dotada por él mismo de un
significado especial: Logos.
—
¿Qué es para ti, Fidípides, la palabra, Logos? — le había preguntado en cierta
ocasión.
—
Pues eso maestro Heráclito, palabra.— Muy bien, Logos es Logos, ¿nada más? ¿Quizás no sea también sinónimo de pensamiento o de razón?
— Lo desconozco maestro.
— Lo sé, tú y todos los demás, pues, resulta evidente que la mayoría de los hombres no saben escuchar ni hablar. En general tenéis la mala costumbre de vivir recluidos en vuestro pequeño mundo sin capacidad para ver el real, el auténtico que está aquí mismo, mucho mayor, más grande y espléndido, pero también mucho más complejo. Ten por seguro muchacho que Logos, la palabra en sí, no solo rige el devenir del mundo, sino que le habla. Recuerda esto hijo, la palabra en sí no dice una sola cosa, dice muchas y es de vital importancia saber captar y entender todas los sinónimos a los que se refiere, pues, es ahí donde radica la diferencia entre el ser racional y el irracional.
Palabras que
dicen una cosa y significan otras muchas… eso era un galimatías imposible de
resolver para un soldado. Lo había tratado de comprender durante toda su vida
hasta aquel entonces, pero ahora ya no tenía importancia, ninguna. A través de
sus acuosos y enarenados ojos lograba, con bastante dificultad, distinguir las
insignes murallas de Atenas y el polvoriento camino que parecía llegar a su
fin. No sentía las piernas, no sentía nada, solo punzadas en la cadera muy
dañada ya, la espalda muy pesada pero sin dolor, y, eso sí, un dolor brutal de
cabeza y un corazón que parecía que trataba de salirse por la boca a la primera
oportunidad que tuviese.
Cuando ya Fidípides
parecía desfallecer, llegó hasta la gran puerta de la muralla, ésta se abrió sin
necesidad de llamar a ella y el soldado mensajero cayó de rodillas ante la mayestática
figura que apareció ante él. Se trataba de una hermosa mujer ataviada de una
nívea túnica que le llegaba hasta los tobillos, sus lustrosos pies hallábanse
calzados con dignas sandalias de tafilete, los blancos brazos quedaban al descubierto
pero adornados con bellos brazaletes de oro, su áureo cabello se encontraba
coronado por una diadema de laurel y sus cerúleos ojos parecían pertenecer al
mismísimo firmamento donde el sempiterno Zeus habitaba para mayor gloria del
pueblo ateniense.
De los extenuados
labios del guerrero tan solo salió una palabra:
— ¡NENIKÁMEN! (hemos vencido).
La bella dama
sonrió con una lágrima de agradecimiento en sus ojos, tras ella apareció
Heráclito y le habló:
— Soldado invicto, mensajero veloz y fiel, magnífico
aprendiz y discípulo mío. Antes de tu último estertor, es preciso que sepas que
acabo de escribir un libro llamado Libro de la naturaleza, al
cual he dividido en tres secciones: Cosmología, Política y Teológica. Recuérdalo allí donde vayas, pues de éste,
quizás, no se hable mucho, pero te aseguro que en los siglos venideros el ser
humano crecerá bajo su sombra. El hombre se convertirá en un ser altamente religioso;
se harán sociales y por ende políticos; y sobre todo, tratarán de estudiar
estas cuestiones, discutirán sobre ellas y llegarán a matar al tratar de
imponer por la fuerza sus conclusiones.
Esa,
hijo mío, es la enseñanza. Eso es Logos, la palabra no tiene un significado, sino
muchos, la palabra no tiene una intención, sino muchas. Pues, querido Fidípides
héroe eterno de Atenas, muchas son las personas y muchas sus formas de
interpretar.
Fidípides cerró
los ojos exhalando su último aliento sobre el polvoriento camino que tantas
veces había recorrido con sus veloces sandalias.
— Descansa, hijo ilustre de nuestra tierra — añadió
el filósofo griego —, descansa pues, te
aseguro que tus hazañas serán más conocidas, más emuladas y más recordadas que
la mías. Tu ejemplo dará alegría y felicidad, esfuerzo y sacrificio, harán al
hombre mejor en todas las civilizaciones venideras. El mío… el mío, no sé… espero
que además de muerte, traiga al fin, cuando el ser humano esté listo para ello,
el pensamiento y la razón.
(Año 490 a.C. El
soldado Fidípides recorre corriendo 42.195 Km desde Maratón a Atenas para
comunicar a sus compatriotas la victoria obtenida ante los persas.)