Después
de largo tiempo sin asomarme a este balcón de libertad, retomo a los buenos hábitos,
y vuelvo a escribir en él. Y digo en él porque, como es obvio, el mundo de la
literatura ni lo he dejado ni lo dejaré, de hecho “Réquiem por un misterio”
está en los hornos de la editorial y en breve estará a disposición del público.
Pero
vayamos al grano que es lo que interesa. En estos tiempos convulsos,
políticamente hablando, parece que se hace preciso hablar más de políticos y
política con mayúsculas, que de Derecho, y a ello voy.
Conservadores, socialdemócratas,
comunistas, ácratas, democristianos… infinidad de tendencias y todas erróneas,
bajo mi prisma. Yo creo en el liberalismo, eso sí, con matices, como decía
Aristóteles en “Acerca del alma” la perfección no está en los extremos, sino en
el medio (lo digo de memoria, por lo que puede no ser exacto) y por tanto, el
liberalismo y la democracia liberal sin radicalismos, para mí, es el sistema
político menos malo, como afirmó Churchill. ¿Y qué entiendo yo por liberalismo?
El liberalismo para mí y la inmensa mayoría de liberales, no es más que una
corriente ideológica, política y, por supuesto, económica que trata de promover
las libertades del individuo y evita cualquier forma de autocracia.
Los tres
ejes en los que bascula son, la división de poderes, la participación ciudadana y
el Estado de derecho, y desde mi perspectiva queda completado con el Estado
social, lo que nos daría un “Estado social y democrático de Derecho” como
anuncia nuestra Constitución en su art. 1.1.
Creemos
firmemente en el desarrollo de las Libertades Individuales para lograr un
eficaz progreso de toda la sociedad. Creemos en la igualdad en la Ley y ante la
Ley, apostamos por una igualdad no solo formal sino también material. Y sobre
todo y ante todo, creemos que el Estado, la administración, no puede estar para
dirigir la vida de las personas, sino para controlar y asegurar que la ley y la
justicia se cumplen, punto, nada más. Ha de ser el individuo como ser único y
autónomo el que por sí mismo decida qué es mejor para su vida. Si decide que lo
mejor para él es ser científico, así debe ser si se lo gana y lo consigue por
méritos propios, si cree que es más feliz siendo deportista, igualmente deberá
luchar para lograr su objetivo, pero si por el contrario decido que su
felicidad está en pasar el día tumbado en el sofá bebiendo cerveza y viendo
fútbol, el Estado jamás podrá ni deberá recriminarle tal actitud, pues esa es
su decisión y su vida. La administración no puede tratar de adoctrinar al
ciudadano, pero sí debe motivarle y ahí es donde entra el Estado Social,
fomentando aquello que la mayoría pensamos que es más saludable para la
sociedad, nada más. Dar ayudas y pequeños empujones que sirvan para que la
gente logre unos objetivos que parecen más que óptimos, no solo para él como
individuo, sino también para el resto de la sociedad. Lo que en ningún caso
creemos, es que debamos mantener y de esta forma, fomentar la desidia y la no
excelencia, hay que buscar lo mejor de cada uno de los individuos y para ello
es preciso que éstos se esfuercen, porque lo mejor no está en la superficie, lo
mejor está en lo más profundo de nuestro ser.