domingo, 30 de diciembre de 2012

¡Viva la Pepa!

Se hace menester, ahora que finaliza un año horrible, no obstante aniversario de la inmortal Pepa, hablar precisamente de ésta, o más bien, diría yo, de una parte. Exactamente del Discurso Preliminar de Agustín de Argüelles uno de los Constituyentes más insignes de aquélla. Concretamente de una sucinta parte del Discurso Preliminar, el cual reproduzco más abajo, ya que debido a su extensión se hace insalvable la posibilidad de transcribirlo íntegro en este paupérrimo y, por lo demás, modesto blog. Antes de nada es preciso hablar, desde la perspectiva historicista, de cómo se llegó a esto. No me malinterpreten, no se trata de un resumen de la historia de España, no, se trata de un resumen del parlamentarismo universal.

El ser humano, como ya hemos explicado en infinidad de ocasiones, es un ser social por naturaleza (Aristóteles) y por tanto tendió desde sus orígenes a juntarse con miembros de su propia especie. Este hecho supuso irremediablemente que surgieran las relaciones intersubjetivas entre los individuos y como consecuencia de éstas, los conflictos entre los miembros de la comunidad recientemente establecida. Se hizo preciso, pues, instaurar la figura de una persona respetada que se hallase suprapartes con el fin de dirimir de forma justa dichos conflictos, llamémosle juez, jefe de clan, Rey o X. A medida que la comunidad crecía los conflictos aumentaron y con ellos la complejidad a la hora de tomar la decisión más justa o correcta. Este hecho propició que el jefecillo de turno al no ser capaz por sí mismo de llegar allí donde surgía un conflicto y con el fin de mantener el orden establecido, ya no solo dentro de las fronteras sino también fuera de estas, la necesidad de solicitar ayuda a quienes podían otorgarla, otros jefecillos menores de la zona, los cuales por medio de un ejército u otras figuras dedicadas a salvaguardar la seguridad contribuían al bien común de la zona. Esta circunstancia generó unos gastos los cuales debía asumir la comunidad de forma solidaria por medio de impuestos. También la recaudación de dinero o bienes precisó de recaudadores de éstos, escribas, contables, secretarios… la complejidad de la máquina administrativa de todas las sociedades comenzó a crecer de forma exponencial a medida que aumentaban las poblaciones y por tanto los conflictos de todo tipo y, por supuesto, la necesidad de recaudar cada vez más se hizo notoriamente patente. Esta escalada de abusos por parte del reyezuelo de turno, que a estas alturas ya no era aquel hombre que impartía justicia en base a la confianza de sus vecinos, se truncó en la exigencia de los súbditos en lo que se define perfectamente con la famosísima frase inglesa: No más impuestos sin representación o lo que es lo mismo: Un parlamento donde representantes del pueblo aprueben los impuestos a cobrar con el fin de garantizar la justicia recaudatoria y cuyos impuestos traigan consigo una necesaria contraprestación. Esta misma idea fue la que desembocó, a la postre, en la independencia de los EEUU y la principal razón por la que la vieja Europa tendió en un principio a tener representantes que les protegiesen de los excesos de sus gobernantes. Los parlamentos, pues, nacieron con la idea fundamental de fiscalizar los impuestos recaudados por los gobernantes, no hay otra razón ni otro significado. Alguno me tachará de simplista, pero entrar en profundidad en un tema tan complejo me puede llevar a escribir otro libro y no parece el lugar apropiado, la verdad. Esta indiscutible cesión de soberanía por parte del poder establecido hacia los representantes del pueblo, fue el origen de las constituciones modernas, primero liberales como la de 1812 y posteriormente las actuales constituciones sociales, democráticas y de Derecho como la actual de 1978 (entiéndase que hablo de España).

Es obvio, que hizo falta mucho más que todo esto, levantamientos, proclamas, revoluciones, incluso guerras. Pero insisto, básicamente esto es lo que hay a grandes rasgos.

Os dejo con el fragmento de texto del Discurso Preliminar en el que Agustín de Argüelles nos hace referencia a la lucha permanente entre la búsqueda incansable de la libertad por parte de los españoles y el no quiero, no puedo o no sé, de nuestros gobernantes.

Aunque la lectura de los historiadores aragoneses, que tanto se aventajan a los de Castilla, nada deja que desear al que quiera instruirse de la admirable constitución de aquel reino, todavía las actas de Cortes de ambas coronas ofrecen a los españoles ejemplos vivos de que nuestros mayores tenían grandeza y elevación en sus miras, firmeza y dignidad en sus conferencias y reuniones, espíritu de verdadera libertad e independencia, amor al orden y a la justicia, discernimiento exquisito para no confundir jamás en sus peticiones y reclamaciones los intereses de la nación con los de los cuerpos o particulares. La funesta política del anterior reinado había sabido desterrar de tal modo el gusto y afición hacia nuestras antiguas instituciones comprendidas en los cuerpos de la jurisprudencia española, descritas, explicadas y comentadas por los escritores nacionales a tal punto que no puede atribuirse sino a un plan seguido por el Gobierno la lamentable ignorancia de nuestras cosas, que se advierte entre no pocos que tachan de forastero y miran como peligroso y subversivo lo que no es más que la narración sencilla de hechos históricos referidos por la Blanca, los Zurita, los Angleria, los Mariana y tantos otros profundos y graves autores que por incidencia o de propósito tratan con solidez y magisterio de nuestros antiguos fueros, de nuestras leyes, de nuestros usos y costumbres. Para comprobar esta aserción, la Comisión no necesita más que indicar lo que dispones el Fuero Juzgo (se trata del cuerpo legal elaborado en 1241 en León por Fernando III. Es una traducción del Liber Iudiciorum (año 654), dispuesto por Recesvinto) sobre los derechos de la nación, del Rey y de los ciudadanos acerca de las obligaciones recíprocas entre todos de guardar las leyes, sobre la manera de formarlas y ejecutarlas, etc. La soberanía de la nación está reconocida y proclamada del modo más auténtico y solemne en las leyes fundamentales de este código. En ellas se dispone que la corona es electiva; que nadie puede aspirar al reino sin ser elegido; que el Rey debe ser nombrado por los obispos, magnates y el pueblo; Explican igualmente las calidades que deben concurrir en el elegido; dicen que el Rey debe tener un derecho con su pueblo; mandan expresamente que las leyes se hagan por los que representan a la nación juntamente con el Rey; que el monarca y todos los súbditos, sin distinción de clase y dignidad, guarden las leyes; que el Rey no tome por fuerza de nadie cosa alguna, y si lo hiciere, que se la restituya. ¿Quién a vista de tan solemnes, tan claras, tan terminantes disposiciones podrá resistirse todavía a reconocer como principio innegable que la autoridad soberana está originaria y esencialmente radicada en la nación? ¿Cómo sin este derecho hubieran podido nunca nuestros mayores elegir sus reyes, imponerles leyes y obligaciones y exigir de ellos su observancia? Y si esto es de una notoriedad y autenticidad incontrastable, ¿no era preciso que para sostener lo contrario se señalase la época en que la nación se había despojado a sí misma de un derecho tan inherente, tan esencial a su existencia política? ¿No era preciso exhibir las escrituras y auténticos documentos en que constase el desprendimiento y enajenación de su libertad? Mas por mucho que se busque, se inquiera, se arguya y se cavile, no se hallará otra cosa que testimonios irrefragables de haber continuado en ser electiva la corona, así en Aragón como en Castilla, aun después de haber comenzado la restauración…

Al final de todo esto queda la lección sin aprender de siempre. El pueblo en su conjunto es el que ha de elegir el camino, no un individuo, ni varios, ni siquiera una región por muy amplia que esta pueda ser como sucede en Cataluña, no, es el pueblo y solo el pueblo español en su conjunto el que necesariamente debe decidir qué camino seguir, y a de ser necesariamente al margen de políticuchos de segundo orden como Arturo Mas y otros que pueblan los parlamentos nacionales, pues, obviamente, si Agustín de Argüelles y otros grandes como él, no les sirven de inspiración, es simple y llanamente porque su cultura y educación no llega más allá de los últimos cincuenta años, y estos y muchos otros de su altura hay que buscarlos, como mínimo, doscientos años atrás.

 

 

domingo, 23 de diciembre de 2012

Políticos vs Tecnócratas


Quince días antes de la proclamación de la Pepa, se llevó a cabo el primer sorteo de la Lotería Nacional (4 de mayo de 1812). Fue promovida por Ciriaco González Carvajal para financiar los gastos de la guerra, en vista del éxito que la rifa de todo tipo de objetos estaba teniendo en Cádiz durante el sitio de la ciudad.
La Pepa. La Constitución de Cádiz: 1812 – 2012 (Mapfre-TF Editores)

Es ahora, cuando se cumplen doscientos años de la proclamación de la insigne Constitución de la Pepa; la primera de España, la segunda de Europa y la tercera del mundo; cuando una ligera, ingenua y simple mirada retrospectiva me hace ver que, todo, absolutamente todo, continúa igual en nuestro desastroso país. Empero no es ni mucho menos de esto de lo que quiero hablar hoy, pues, ya lo hice profunda y profusamente en otro artículo escrito hace ya algún tiempo, aunque no en este blog sino en el de “De política y otras cosas” ya fenecido hará cosa de uno o dos años. Es por ello, que ahora, traigo aquí un párrafo memorable del inmortal Ortega, perdóneseme mi debilidad hacia determinados personajes del pasado, para mí resulta algo inevitable. Con el fin de poner en antecedentes al amable lector, o quizás, más bien, a mí triste y perentoria memoria, aunque seguramente sea más preciso, pienso, hablar de sucinta… sí, sucinta memoria la mía:

Si ahora tornamos los ojos a la realidad española, fácilmente descubriremos en ella un atroz paisaje saturado de indocilidad y sobremanera exento de ejemplaridad. Por una extraña y trágica perversión del instinto encargado de las valoraciones, el pueblo español, desde hace siglos, detesta todo hombre ejemplar, o, cuando menos, está ciego para sus cualidades excelentes. Cuando se deja conmover por alguien, se trata, casi invariablemente, de algún personaje ruin e inferior que se pone al servicio de los instintos multitudinarios.
(1921, José Ortega y Gasset “España invertebrada”)

Obviamente la dificultad para ver con perspectiva una situación concreta en un periodo determinado más allá de las propias fronteras territoriales que marcan los límites de lo que podríamos denominar nuestra residencia habitual, generalmente el de la propia patria de uno, se hace más que patente, exactamente supina. Es ahora, y solo ahora, cuando esa dificultad cede irremediablemente ante el empequeñecimiento del planeta tierra gracias a las nuevas tecnologías, a la gran cantidad de información accesible desde cualquier parte del mundo y sobre todo y ante todo, gracias a internet. Esa dificultad, como digo, mengua sensiblemente, si exceptuamos aquellos lugares, países o regiones donde la oligarquía dominante impone su dictadura de medios y sesga cruelmente la información, cuando no la cercena directamente o la suprime dependiendo de la noticia de que se trate. Un ejemplo claro de esto sería Egipto, Venezuela o incluso la propia Cataluña, donde la pusilanimidad de miras es tan exacerbada que no alcanza más allá de la línea divisoria delimitada por el resto del territorio nacional, no digamos más allá.
Pero, no, insisto decididamente, no quiero hablar de mi maltratada España, no. Deseo hablar de algo que me aterra y en lo que, posiblemente por casualidad, caí hace dos días… sí, hará dos días percibí por primera vez que a lo que se refiere el bueno de Ortega resulta necesariamente extensivo al resto de los países, cuando menos, de occidente. La prueba palpable y viviente es Mario Monti. Hoy expresidente de facto de un gobierno ingobernable como es el italiano y con una economía tan arruinada como la nuestra. Estoy conmovido, estoy consternado, rezo por el planeta porque es ahora, justo ahora, cuando al fin comprendo que occidente no tiene posible solución alguna. Es justo en estas circunstancias al eliminar de la incógnita al aristócrata, desde el punto de vista etimológico de la palabra (quien piense que me refiero a un marqués o conde que haga el favor de dejar de leer mi blog, pues, este está pensado y escrito para seres con un C.I. superior al de de las ranas), cuando resulta evidente que el ser humano no da más de sí, al margen de país, creencia políticas o catadura moral.
No es posible pedirme razonamientos al respecto, pues, si en una película suprimimos al especialista que sustituye al protagonista en las acciones de riesgo, a nadie se le escapa que el actor, lo más probable es que sufra un accidente. En política es igual… A Mario Monti lo han eliminado porque los verdaderos políticos, el pueblo en general, prefiere a cantamañanas charlatanes que a duras penas saben atarse los cordones de los zapatos, pero eso sí, saben hablar y hacerse los simpáticos.
En España pasa igual… Rajoy, Gallardón, no son más que políticos sin mucha idea de absolutamente nada, pero es indiscutible que el Presidente ha sabido rodearse de tecnócratas, gente experta, con conocimientos y capaces de solucionar, no hoy ni mañana pero sí a medio plazo, los problemas de un país en quiebra como el nuestro. ¿Qué hacemos sus compatriotas? Huelgas, manifestaciones y pretender ilegítimamente derrocar, a un gobierno trabajador, por la vía directa. Y esta vía es la del desgaste. Desgaste, desgaste y desgaste, igualito que a Mario Monti, igualito. No hay solución, que decepción de mundo, que decepción.

domingo, 16 de diciembre de 2012

No podía parar de avanzar, una extraña sensación que le recorría por todo el cuerpo le decía que en esta ocasión algo no iba bien. Eso que siempre había hecho desde que era un crío, tan a menudo en su infancia y que después le sirviese para ganarse más que decentemente la vida, justo eso, era lo que no marchaba bien, pero nada bien. Quizás se tratase tan solo de miedo, o a lo mejor era el agotamiento… pero no, no se trataba de nada de eso, si fuera miedo huiría y si fuese cansancio pararía a descansar. Sin embargo no había duda, lo que había dejado atrás le causaba terror y al pensar lo que tenía delante le recordaba que las piernas le dolían a rabiar, las caderas parecían chirriar con cada zancada, los músculos de la espalda se hallaban tan sobrecargados que parecía llevar un saco de patatas sobre los hombros, la cabeza le dolía, lo que indicaba que el flujo de aíre no conseguía llegar con facilidad a su destino, respiraba por la boca en vez de por la nariz como le enseñase a hacer su padre casi treinta años atrás. Pero lo más importante era su pecho, su corazón latía a una velocidad inusitada, algo fuera de lo común, algo que jamás le había sucedido en los miles y miles de kilómetros que había recorrido a toda velocidad tan solo impulsado por su piernas y ayudado de sus desvalidas sandalias, por los innumerables caminos de la Hélade, como mensajero infatigable de sus generales y como soldado de la dignísima Atenas.

La mente del soldado mensajero volaba una y otra vez sobre dos asuntos, el primero era uno ocurrido pocas horas atrás, dos, quizás tres, no era capaz de saberlo con certeza. Fue cuando el general Milciades se acercó a él y apretándole en el hombro contrario al que le habían herido con un venablo lanzado por los porta manzanas, los soldados de elite persas llamados así por la forma del contrapeso que tenía la propia lanza. Milciades el joven se aproximo a su rostro y le dijo:

Fidípides, solo tú eres capaz de lograr alcanzar Atenas para comunicar nuestra rotunda victoria a nuestras mujeres antes de que éstas acaben con la vida de los hijos salidos de sus vientres, al pensar, equívocas, que hemos sido derrotados en Maratón y que los persas se dirigen a nuestra ciudad con el fin de someter a su dictadura a todos ellos. Ve, pues, fiel soldado e ignora tus heridas ya que de cada gota de sangre derramada habrá de salir con bien tres vidas atenienses que vivirán para cantar tu gran gesta. Corre como nunca Fidípides. Corre.

Sin duda, esas palabras y ese amor a su patria, a sus congéneres, era lo que le impulsaba de forma irracional hacia su destrucción.

Lo segundo a lo que le daba vueltas sin cesar en su cabeza, eran las palabras de ese viejo loco de Heráclito de Hefeso. Aquella palabra sin sentido dotada por él mismo de un significado especial: Logos.

— ¿Qué es para ti, Fidípides, la palabra, Logos? — le había preguntado en cierta ocasión.
— Pues eso maestro Heráclito, palabra.
— Muy bien, Logos es Logos, ¿nada más? ¿Quizás no sea también sinónimo de pensamiento o de razón?
— Lo desconozco maestro.
— Lo sé, tú y todos los demás, pues, resulta evidente que la mayoría de los hombres no saben escuchar ni hablar. En general tenéis la mala costumbre de vivir recluidos en vuestro pequeño mundo sin capacidad para ver el real, el auténtico que está aquí mismo, mucho mayor, más grande y espléndido, pero también mucho más complejo. Ten por seguro muchacho que Logos, la palabra en sí, no solo rige el devenir del mundo, sino que le habla. Recuerda esto hijo, la palabra en sí no dice una sola cosa, dice muchas y es de vital importancia saber captar y entender todas los sinónimos a los que se refiere, pues, es ahí donde radica la diferencia entre el ser racional y el irracional.

Palabras que dicen una cosa y significan otras muchas… eso era un galimatías imposible de resolver para un soldado. Lo había tratado de comprender durante toda su vida hasta aquel entonces, pero ahora ya no tenía importancia, ninguna. A través de sus acuosos y enarenados ojos lograba, con bastante dificultad, distinguir las insignes murallas de Atenas y el polvoriento camino que parecía llegar a su fin. No sentía las piernas, no sentía nada, solo punzadas en la cadera muy dañada ya, la espalda muy pesada pero sin dolor, y, eso sí, un dolor brutal de cabeza y un corazón que parecía que trataba de salirse por la boca a la primera oportunidad que tuviese.

Cuando ya Fidípides parecía desfallecer, llegó hasta la gran puerta de la muralla, ésta se abrió sin necesidad de llamar a ella y el soldado mensajero cayó de rodillas ante la mayestática figura que apareció ante él. Se trataba de una hermosa mujer ataviada de una nívea túnica que le llegaba hasta los tobillos, sus lustrosos pies hallábanse calzados con dignas sandalias de tafilete, los blancos brazos quedaban al descubierto pero adornados con bellos brazaletes de oro, su áureo cabello se encontraba coronado por una diadema de laurel y sus cerúleos ojos parecían pertenecer al mismísimo firmamento donde el sempiterno Zeus habitaba para mayor gloria del pueblo ateniense.

De los extenuados labios del guerrero tan solo salió una palabra:
¡NENIKÁMEN! (hemos vencido).

La bella dama sonrió con una lágrima de agradecimiento en sus ojos, tras ella apareció Heráclito y le habló:
Soldado invicto, mensajero veloz y fiel, magnífico aprendiz y discípulo mío. Antes de tu último estertor, es preciso que sepas que acabo de escribir un libro llamado Libro de la naturaleza,  al cual he dividido en tres secciones: Cosmología, Política y Teológica. Recuérdalo allí donde vayas, pues de éste, quizás, no se hable mucho, pero te aseguro que en los siglos venideros el ser humano crecerá bajo su sombra. El hombre se convertirá en un ser altamente religioso; se harán sociales y por ende políticos; y sobre todo, tratarán de estudiar estas cuestiones, discutirán sobre ellas y llegarán a matar al tratar de imponer por la fuerza sus conclusiones.

Esa, hijo mío, es la enseñanza. Eso es Logos, la palabra no tiene un significado, sino muchos, la palabra no tiene una intención, sino muchas. Pues, querido Fidípides héroe eterno de Atenas, muchas son las personas y muchas sus formas de interpretar.

Fidípides cerró los ojos exhalando su último aliento sobre el polvoriento camino que tantas veces había recorrido con sus veloces sandalias.

Descansa, hijo ilustre de nuestra tierra — añadió el filósofo griego —, descansa pues, te aseguro que tus hazañas serán más conocidas, más emuladas y más recordadas que la mías. Tu ejemplo dará alegría y felicidad, esfuerzo y sacrificio, harán al hombre mejor en todas las civilizaciones venideras. El mío… el mío, no sé… espero que además de muerte, traiga al fin, cuando el ser humano esté listo para ello, el pensamiento y la razón.

(Año 490 a.C. El soldado Fidípides recorre corriendo 42.195 Km desde Maratón a Atenas para comunicar a sus compatriotas la victoria obtenida ante los persas.)

jueves, 15 de noviembre de 2012

Buscando la Democracia


Para tratar de explicar qué es realmente una democracia, se hace preciso explicarlo, primero desde un perspectiva etimológica, segundo desde una visión historicista y tercero desde el punto de vista actual. Qué duda cabe que no tengo espacio ni conocimientos suficientes como para plasmarlo todo en un post, por tanto, permítanme que utilice a sabios del pasado que sin duda lo harán mucho mejor que yo.

Etimológicamente hablando, la palabra democracia proviene, como ya he explicado en otro post de este mismo blog, del griego demos (pueblo) y cracia o Kratein (gobernar), lo que, concretando, viene a ser gobierno del pueblo y cuya definición más exacta, desde mi modesta opinión, nos la dio Lincoln cuando afirmó:
Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.

Pero heme aquí ante tamaña realidad nada que ver con lo acontecido en el pasado, pues, si bien es cierto que los mayores defensores de la democracia, hasta la actualidad, fueron los Atenienses, más concretamente a partir de Pericles, ya que trataron por todos los medios de extender su filosofía de gobierno por toda la Hélade, no es menos cierto que la democracia no hacía referencia concretamente al gobierno del pueblo, sino más bien al de los ciudadanos, especialmente, un poco más tarde, en la época de la República romana donde todas las personas que viven en un determinado lugar forman parte del pueblo, pero en absoluto, todos los miembros del pueblo son ciudadanos.

Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida.
(Parte del Discurso Fúnebre de Pericles)

Hay tres formas de gobierno, e igual número de desviaciones, que son como corrupciones de aquéllas. Las formas son la realeza y la aristocracia, y una tercera basada en la propiedad, que parece propio llamarla timocracia, pero que la mayoría suele llamar república. La mejor de ellas es la realeza y la peor la timocracia…
…De la timocracia se pasa a la democracia, pues ambas son limítrofes; en efecto, también la timocracia puede ser un gobierno de la multitud, y todos los que tienen propiedad son iguales. La democracia es la menos mala de las desviaciones, porque se desvía poco de la forma de república…
…La democracia se encuentra, principalmente, en las casas donde no hay amo (pues en ellas todos son iguales), y en aquellas en que el que manda es débil y cada uno tiene la posibilidad de hacer lo que le place…
(Ética Nicomáquea – Aristóteles)

Esto en cuanto a la época clásica, pero si avanzamos hasta el renacimiento, pues entre medias solo existe un páramo de libertades, nos encontramos con uno de los hombres que más han marcado el devenir de los Estados actuales, Maquiavelo:

Todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía
sobre los hombres, han sido y son repúblicas o principados…
…En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más odio, más
ansias de venganza. El recuerdo de su antigua libertad no les concede, no puede
concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es
destruirlas o radicarse en ellas…
(El Príncipe — Nicolás Maquiavelo)

Para Maquiavelo el principado se corresponde con reino y la república con Aristocracia y Democracia.
No me es posible extenderme mucho más, aunque no cabe duda que el tema es lo suficientemente complejo y que, por tanto, sería preciso para aclarar mejor el concepto de democracia. No obstante no quiero finalizar sin precisar la concepción de democracia de hoy en día ya que si bien es cierto que la concepción de ésta en nuestro tiempo parece más justa, pues alcanza a todo el pueblo mayor de edad y sin ninguna limitación política, no es menos verdad que la democracia real está aún algo lejos de ser alcanzada debido, fundamentalmente, a que una democracia representativa como la que tenemos no es exactamente una democracia pura. Es cierto que en una población de unos cuarenta y cinco millones de personas, como la española, no es fácil llevar a cabo una democracia directa, pero parece fundamental hacer comprender a nuestros representantes que no es imposible, pues, la tecnología actual, por medio de la telemática e informática, lo hace mucho más posible y real. Algo que no se ha de descartar, más bien al contrario, se ha de implantar con el fin de que las decisiones más transcendentales del país, sean tomadas, no por la partidocracia actual que nos dirige, sino directamente por el pueblo.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Instituciones útiles o no útiles

Viene siendo habitual, en los últimos tiempos, que algunos miembros de la sociedad hagan valoraciones gratuitas y más bien poco razonadas, sobre la conveniencia o no de unas u otras instituciones, algunas de estos miembros son la clase llana, los cuales en muchos casos son influenciados directamente por las opiniones sesgadas en interesadas de determinados políticos, periodistas y demás individuos con capacidad para influir en los pensamientos de los más timoratos del país, este adjetivo, por desgracia, alcanza a un gran número de personas dentro de la nación.
Se escucha repetidamente, como si se tratase de un mantra, que si el Senado no sirve para nada, que si las Diputaciones deberían desaparecer, que si el Tribunal Constitucional está politizado y no tiene función alguna ya que hacen lo que los políticos que les han situado allí les mandan…

En fin, barbaridad tras barbaridad y una detrás de otra sin solución de continuidad. Como sigamos así, terminamos como Artur Mas diciendo que lo que no es necesario es el propio Estado o España más concretamente. Analicemos, pues, estas tres instituciones, ya que hacerlo con otras que también suenan como prescindibles, tales como la monarquía, nos llevaría toda una vida.

El Senado. El Senado es la Cámara de representación territorial. Art.69.1 CE. Esto quiere decir que sin el Senado, las CCAA, las Provincias y sus municipios, no tendrían ni voz ni voto. ¿Por qué? Muy fácil, porque España en un Estado regional, como ya hemos aclarado en otro post de este mismo blog, y por tanto al no ser un estado unitario o simple no es práctico ni útil un Estado unicameral ya que de este modo, como ya he dicho, los distintos territorios del país no tendrían representación en las Cortes y aunque se pudiese articular un sistema, no sería ni mucho menos optimo, sería preferible modificar el estado regional a estado unitario. Algo imposible hoy por hoy y por lo demás más bien poco probable en un futuro.

Otra cosa bien distinta es si se debe modificar el sistema de elección de los Senadores, ahí hay mucha tela que cortar y quizás yo podría estar de acuerdo con esa posible modificación. Ahora bien, el Senado es imprescindible para el correcto funcionamiento de un país articulado territorialmente como el nuestro.

Las Diputaciones Provinciales. Digo yo, que si hubiese que eliminar alguna administración debería ser la de las Comunidades Autónomas y no las provinciales ya que estas últimas son muy anteriores, cronológicamente hablando datan del 1812, y superior en cuanto a importancia para el ciudadano ya que La provincia es una entidad local con personalidad jurídica propia, determinada por la agrupación de municipios y división territorial para el cumplimiento de las actividades del Estado. Art. 141.1 CE. O lo que es lo mismo, el ayuntamiento y la provincia han de ser los más cercanos al ciudadano y de hecho lo son. Por tanto son indiscutiblemente las que solucionan realmente los problemas de los individuos. Pero al margen de todo esto, y sin pretensión de eliminar a ninguna de las instituciones, la provincia es necesaria entre otras cosas porque son las que verdaderamente representan al ciudadano y las que velan por el cumplimiento de los intereses de éstos. ¿Dónde? En el Senado, naturalmente: En cada provincia se elegirán cuatro Senadores por sufragio universal, libre, igual, directo y secreto por los votantes de cada una de ellas, en los términos que señale una Ley Orgánica. Art.69.2 CE. Por tanto, queda claro que el Senado es imprescindible para que los Senadores elegidos en las Provincias, y en las CCAA, puedan trasladar a las Cortes Generales las necesidades, inquietudes y problemas de los ciudadanos. De otro modo la distancia entre el pueblo y los Poderes del Estado sería inalcanzable. Ahora bien, otra cosa muy distinta es si es preciso modificar ciertas partes del entramado de las diputaciones provinciales, eso es harina de otro costal en el que no pienso meterme, al menos hoy.

El Tribunal Constitucional. Quizás la discusión sobre el Tribunal Constitucional sea lo más lacerante y sangrante de todas estas cuestiones. ¿Pero quién demonios puede criticar a una institución cuya legitimidad viene dada por el pueblo, Título IX de la CE, votada por éste por mayoría? ¿Cómo es posible que individuos cuyo CI equivalente al de una gallina, también son ciudadanos y su opinión cuenta igual que su voto, cómo es posible, como digo, que éstos, algunos de la clase política, critiquen las decisiones de unos Magistrados que, en general, son mejores que los demás? Porque un Magistrado del TC es: Los miembros del Tribunal Constitucional deberán ser nombrados entre Magistrados y Fiscales, Profesores de Universidad, funcionarios públicos y abogados, todos ellos juristas de reconocida competencia con más de quince años de ejercicio profesional. Art. 159.2 CE. Esto es, no solo profesionales reconocidos y consagrados sino que además ejercen una de las profesiones, por no decir la que más, más complejas de alcanzar, la judicatura. ¿Y quién lo critica? Pues un político que lo mismo no ha terminado ni la universidad, pienso en uno en concreto, o el bachiller, pienso en una en concreto del mismo partido que el anterior. Otros, en cambio, en su legítima ignorancia, no me refiero a políticos o periodistas cuya ignorancia es inexcusable, afirman que el Tribunal Constitucional está deslegitimizado por ser un estamento político, es decir, es elegido por los políticos: El Tribunal Constitucional se compone de 12 miembros nombrados por el Rey; de ellos, cuatro a propuesta del Congreso por mayoría de tres quintos de sus miembros; cuatro a propuesta del Senado, con idéntica mayoría; dos a propuesta del Gobierno y dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial. Art. 159.1 CE. Lo cual, en cierto modo es verdad, pero es que este tipo de tribunales han de ser así. Se da la circunstancia que cuando Hans Kelsen definió al Tribunal Constitucional, el mismo que tenemos casi todos los países continentales europeos, lo definió como lo que es: Un ente jurisdiccional político. Pues naturalmente que ha de ser político, pero al mismo tiempo independiente. A de ser político porque el modo de evolución de una constitución ha de ir en función de la interpretación que se haga por parte de los magistrados del TC de un artículo o de parte de éste, será distinto en función del momento histórico que se viva, dependiendo de lo que la mayoría vote para que les gobiernen así será lo que el país cree que es justo y necesario para éste. Tan obvio y evidente como que tres más tres son seis. Todo lo anterior no significa que no sea preciso pensar en modificar algo del Tribunal Constitucional, es muy posible que así sea, pero plantear su supresión es tan absurdo como pedir al Congreso que se eliminen los impuestos.

Concretando, lo único que sobra en este país son idiotas y lenguaraces, que tenemos tantos como el oro y la plata que se trajo España de las Américas, que decían que si se fundía, con él se podría haber hecho un puente entre los dos continentes. Para que una institución sea útil lo que hay que hacer es convertirla en funcional y operativa. Sin duplicidades con otras instituciones, sin gastos inútiles, eliminando funciones que nada tienen que ver con su verdadera utilidad y propósito primigenio, y sobretodo y ante todo, han de ser un instrumente de mejora para el pueblo y en ningún caso para políticos, amigos de éstos y demás chupópteros que suelen vivir de y por esa institución. En definitiva, han de servir exclusivamente para el fin con el que han sido creadas y nada más.

Si algo no funciona bien lo que hay que hacer es arreglarlo, no creo que a nadie se le pase por la cabeza tirar su coche al desguace por el hecho de haber pinchado una rueda, digo yo que lo normal es arreglar la rueda y a seguir funcionando. Es más, nadie tiraría tampoco la rueda, lo normal es arreglar el pinchazo y se acabó el problema. Pongo esta analogía para que se pueda entender como algunos, como el presidente de Cataluña, quieren tirar directamente el coche y otros como los que dicen que no son necesarias determinadas instituciones, lo que quieren es tirar la ruedas sin siquiera tratar de arreglar el pinchazo. No sé si me he explicado amigos.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Sistema de Gobierno y tipo de Estado en España: presente-futuro


En los últimos tiempos viene oyéndose mucho lo importante y necesario que resulta modificar la Constitución de 1978, en el sentido del Título VIII más que otra cosa. Para algunos, el Estado de la Autonomías ya no es suficiente y piden, unos, un Estado Federal, otros, los menos, un Estado unitario, y otros, incluso la independencia de la vieja España. Es posible que sea precisa una reforma, no lo dudo, pero la pregunta es ¿en cuanto a qué y en qué sentido? Es decir, ¿cambiamos el sistema de Gobierno, cambiamos el tipo de Estado o lo cambiamos todo y vuelta a empezar de cero como ya hemos hecho mil veces? Analicemos, pues, estas cuestiones.
Según Aristóteles, “Aristóteles discípulo de Platón, Platón discípulo de Sócrates”, como diría el catedrático de Derecho Romano de la UNED Federico R. Fernández de Buján, existen tres tipos o formas de organizar la vida política en una comunidad social en su estado más puro, a saber; Monarquía, aristocracia y democracia. Esto, obviamente, entendido desde el punto de vista etimológico de la palabra. Es decir:
Monarquía, procede del griego, significa uno y poder, forma de gobierno en la que el poder está concentrado en una sola persona. Vamos, lo que viene a ser una autocracia.
Aristocracia, procede del griego donde aristo significa excelente, el mejor y cracia, como es sabido, poder, o lo que es lo mismo, el poder de los mejores y más preparados. Hoy en día, quizás, está más identificado con los llamados tecnócratas.
Democracia, no tiene ningún misterio para nosotros, hoy en día, pues, demo es pueblo y cracia poder, esto es, el poder del pueblo.
Pues bien, una vez aclarado este punto gracias al profesor Buján, todo sea dicho, tenemos claro que en España actualmente lo que existe no es una monarquía, desde el punto de vista etimológico de la palabra se entiende, sino una democracia, si bien tenemos un monarca, es el pueblo el que ostenta el poder, “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” art 1.2 CE. Nuestro Rey es representativo, pues, reina pero no gobierna y sus actos han de ser siempre refrendados ya que carece de responsabilidad, algo, por otro lado, evidente cuando no se dispone de capacidad para decidir por uno mismo sino que son otros los que toman las decisiones por él.
Queda claro qué es lo que tenemos en el presente en cuanto al sistema de Gobierno, Monarquía Parlamentaria, pero ¿qué es lo que podemos tener en el futuro? No en un futuro a largo plazo, que no es posible determinar, sino a corto-medio plazo.
Parece evidente que la Nación Española no está por la labor de renunciar a la democracia y facilitar así la llegada del cesarismo y la deriva del país hacia el bonapartismo, que diría José Manuel Otero Novas, elevando al poder a un hombre aristócrata, desde la etimología de la palabra que hemos visto anteriormente, a gobernar con puño de hierro los designios de España. Por tanto el sistema de Gobierno seguirá siendo el mismo en los próximos años. Quizás se elimine la monarquía, pero, sinceramente es intranscendente, el sistema continuará siendo democrático, lo mismo da tener a un Jefe de Estado Rey, que a un Jefe de Estado elegido en las urnas, su función, muy posiblemente sea la misma, salvo, claro está, la representación del país que siempre tendrá mayor peso en la figura de un monarca, especialmente si éste es digno de semejante honor.
Analicemos ahora el tipo de Estado. Los tipos de Estado habituales que existen, desde el punto de vista territorial, son: Estado unitario o centralista (simple, sería más correcto, pues, unitario son todos, sino no serían países), Estado Federal y Estado regional, a medio camino entre el primero y el segundo.
Bien, queda claro que el Estado de la Autonomías de España no es otra cosa que un estado regional, por otro lado innovación a nivel organizativo territorial de la Constitución española de 1931 (II República).
Un Estado unitario quedaría descartado, pues, no hay políticos en este país, y posiblemente en ninguno, capaces de quitar a las CCAA las competencias que tienen atribuidas.
Queda, pues, un Estado Federal. Sueño del Partido Socialista Obrero Español. En principio y a priori, ¿por qué no? ¿Qué puede tener de malo un Estado Federal? Yo me autocontesto al instante.
El término "federal" proviene de la palabra latina foedus-eris, cuyo significado es pacto o alianza. Este tipo de Estado puede ser asimétrico o simétrico. En el primer caso, sería exactamente igual al Estado de las Autonomías que actualmente tenemos en España, pues unos estados tendrían unas potestades o competencias y otros, otras. Básicamente las que pudiesen asumir o las que el Estado central les cediese o asignase. Por tanto este tipo de Estado no interesa, pues, haríamos grandes esfuerzos por modificar una constitución rígida para luego quedarnos tal cual estamos en estos momentos.
Nos queda el Estado Federal simétrico. Ja, ja, ja, permítanme que me ría… Un Estado Federal simétrico es todos los Estados pactantes iguales y precisamente el follón este de las independencias viene a cuento de que lo que no quieren los nacionalistas vascos y catalanes es la igualdad. Piensan que son una raza superior, ya les pasó a los nazis no hace tanto, y es por ello que no comulgan con el “café para todos” no lo digo yo lo dijo Arturito “más” no hace mucho, “El café para todos se tiene que acabar”.
En fin, Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy.

domingo, 28 de octubre de 2012

Derecho, Poder y Estado.


Para poder hablar con coherencia de este asunto es preciso diseccionar cada una de estas premisas o sistemas.
1. El Derecho. Como definición, es un sistema que realiza un labor de ingeniería social con el objeto de lograr que la sociedad tanto individualmente como colectivamente lleven a cabo un comportamiento determinado, esto es, el Derecho busca la justicia como principio fundamental y para ello educa a la sociedad, ya sea por la buenas (acatando el individuo sus normativas) como por las malas (obligando al individuo de forma coercitiva si es preciso). El objetivo es que el individuo actúe y piense de un determinado modo con el que, en un principio, está de acuerdo la mayoría de la sociedad del lugar donde se aplica ese Derecho. Una de las funciones predominantes del derecho es la del control social y eso es consustancial a todos los Estados del mundo ya sean de un tipo o de otro.

Dicho así y desde esta perspectiva podría parecer que el Derecho no es ni más ni menos que un instrumento para adoctrinar a la sociedad de una determinada manera con el fin de lograr una población de perfectos robots. Desde mi perspectiva, no hay duda que algo de eso existe, pero no es menos cierto que en un Estado de Derecho se ha de optar siempre por el camino que elige la mayoría y siempre que otras opciones no pongan en peligro la dirección de ese camino, se ha de permitir que se realicen, pero si una alternativa es contraria a Derecho, es decir a la mayoría, se hace preciso impedirlo por todos los medios pues de lo contrario se correría el riesgo de terminar en una autarquía.  Para evitar esto está el poder “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” art. 1.2 CE. Y precisamente son los poderes del Estado, elegidos por la mayoría del pueblo, quienes realizan ese derecho, lo ejecutan y velan por su cumplimiento. Es indiscutible que el Derecho, para lograr sus objetivos, necesita de una fuerza real, en este caso el poder.

2. El poder. Si bien la última afirmación es cierta, no es menos cierto que el poder también precisa del Derecho, pues sin él, no sería poder legítimo. Es complicado analizar la relación existente entre Derecho y poder, pues si bien es cierto que hoy en día, en un Estado Democrático de Derecho, la relación es más clara, pues “Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico.” Art.9.1 CE, por no hablar del 9.3 y del CC, etc., que obligan al poder a estar dentro del Derecho. Ya a mediados del siglo XVIII afirmó Rousseau “Cuando el Derecho se presenta como un simple producto del poder y la fuerza, no podrá alcanzar el objetivo fundamental de hacer nacer en los miembros de la comunidad, la idea y el sentimiento de estar obligados a obedecer sus normas. No será pues, verdadero Derecho”. Es obvio que la necesidad que tiene el Derecho de la existencia del poder es equiparable a la necesidad que tiene el poder a la existencia del Derecho, uno complementa al otro y si esto no es así, como dijo Rousseau, no existe verdadero Derecho y puesto que el Derecho persigue la justicia como ideal, no habría tampoco ésta.

3. Estado. ¿Y qué pinta el Estado en todo esto? Cronológicamente hablando el Estado es el último en aparecer, pues su existencia como tal data de los siglos XIV y XV. Cuando los individuos comenzaron a agruparse lo primero que apareció fue el Derecho (Derecho consuetudinario) por el que se aplicaban al grupo una serie de normas no escritas por las que se guiaban la mayoría de los individuos desde hacía tiempo, esto es la costumbre. Cuando los grupos sociales crecieron apareció inevitablemente el poder, pues, se hizo preciso la presencia de alguien a quien el grupo respetase para dirimir los conflictos intersubjetivos que afloraban al no estar claramente delimitado los derechos de unos y de otros. Como dijo Aristóteles “El ser humano es un ser social por naturaleza”, venía a sintetizar esta frase al afirmar que el hombre que no vive en sociedad es o una bestia o un dios. Puesto que el ser humano es un ser social que habita en la polis, es como consecuencia un animal político, como afirmó también Aristóteles “El hombre es un animal político” y como consecuencia de todo ello es por lo que se hace preciso en un principio crear el poder capaz de dirigir los designios del Derecho en la polis o pueblos y posteriormente, al hacerse los pueblos extremadamente grandes y complejos a la hora de ser dirigidos, los Estados, pues se hizo imprescindible la maquinaria administrativa para poder llevar a cabo las funciones que el poder tenía encomendado por el Derecho y hacer cumplir al ciudadano las funciones que el Derecho le imponía. Hoy en día es el Estado el que da validez jurídica a toda la normatividad social.

Para concluir, podemos afirmar que tanto Derecho como poder como Estado, se necesitan y se complementan los unos a los otros. Para que estos tres elementos sean justos y eficaces, han de conferirse en un equilibrio de igualdades, pues de lo contrario se decantaría la balanza a favor, generalmente, del poder, lo que decantaría al Estado en una autocracia. Para evitar que esto suceda e igualar los pesos en la balanza, se hace imprescindible sumar a estos elementos de Derecho, poder y Estado, el sistema denominado Democracia, la cual armoniza y garantiza la justicia, el poder legítimo y al propio Estado como nación unificadora y garantizadora de derechos y libertades pero también de obligaciones. De ahí lo de que “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho…” art. 1.1 CE.

jueves, 18 de octubre de 2012

Razonando sobre la vigilancia de las instituciones:

¿Quién legitima los actos de las instituciones?  Es decir, la acción del Gobierno, la del Parlamento, la de los sindicatos de trabajadores… ¿Quién legitima los actos de la justicia? La respuesta genérica a estas preguntas es muy sencilla; La Ley, el Derecho. No hace falta que nos miremos el ombligo como siempre hacemos, podemos mirar más atrás y leer a uno de mis favoritos, Aristóteles:
Ni el gobernante más sabio puede prescindir de la ley porque la ley es más excelente: es “la razón sin pasión.”

Recordemos lo que decía Cicerón sobre la historia: El hombre que no conoce su historia, siempre será un niño.
Bien, pero volviendo al planteamiento primigenio de este post… La Ley emanada del Derecho y éste a su vez de la soberanía, que en democracia solo puede ser la que nace de la voluntad popular, es la que da la legitimación a estas instituciones. Hasta aquí todos de acuerdo. Pero supongamos que esa legitimación es oblicua al comportamiento de estas instituciones, supongamos que de algún modo hallan la manera o el subterfugio de hacer u omitir aquello que no deben hacer jamás, ir contra lo que les legitima, esto es, la Ley y por ende el pueblo, el ciudadano. De tal suerte que el ciudadano cae inocentemente en semejante engaño. Entonces, en este caso, ¿qué ocurre? Se deslegitima la institución automáticamente o por el contrario al no ser consciente la fuente de legitimación, no sucede nada y todo sigue tal cual hasta que la deslegitimación desaparezca o se convierta en legal y de derecho.
Muchos pensarán que el Estado de Derecho tiene mecanismos para evitar que esto ocurra, por ejemplo acudiendo al contencioso-administrativo o incluso, por qué no, al Tribunal Constitucional. Y efectivamente esto es así, pero ¿y si estos mecanismos también fallan? Alguno dirá, “no puede ser, eso es imposible”
Pues bien, yo voy a poner un ejemplo que me viene ahora mismo a la cabeza:

Con la tan traída y venida Ley de Reforma Laboral del 2012 a la que tanto han criticado algunos, sobre todo los sindicados. Resulta que una de las grandes críticas es el hecho de que la administración ya no forme parte activa, sí pasiva como siempre, a la hora de participar y decidir en la aprobación o no de los EREs de las empresas privadas. Esta crítica podría ser legítima en una autarquía, lógicamente, pero no en un Estado Democrático de Derecho como es el nuestro, donde existe una “supuesta” separación de poderes. ¿Cómo es posible que la administración sea juez y parte en una decisión privada? Los conflictos intersubjetivos deben ir irremisiblemente dirimidos o bien por el sistema de autocomposición o bien por el sistema de heterocomposición y si es este último el caso, habrá de ir por la vía del arbitraje o por la vía jurídica. Es decir, en el caso concreto de un ERE, y hablando de la Reforma Laboral, lo que la Ley dice es que bajo la supervisión del Ministerio de Trabajo las partes, Representación de trabajadores y empresa, se reunirán para tratar de llegar a un acuerdo (autocomposición), si no se llegase a un acuerdo entre las partes o se observas mala fe en una de éstas, se tendrá que acudir al tribunal competente (heterocomposición), para que sea el que dirima el conflicto.
Por todo esto parece evidente que es el actual sistema y no el anterior el correcto, pues, indiscutiblemente la soberanía de la que emana el poder del Estado, tuvo a bien otorgar al poder judicial la potestad a la hora de decidir en todos y cada uno de los posibles conflictos que puedan darse en la sociedad civil y muy concretamente en su parte privada. En ningún caso al poder Ejecutivo o Legislativo, pues se estaría rompiendo el principio de separación de poderes, con el Gobierno de turno podría actuar a su libre albedrío en función de sus intereses partidistas y no en función del bien común de empresa y trabajador.

Concluyo pues, llegando al razonamiento inequívoco de que la respuesta a mi inicial pregunta respecto de quién legitima los actos de las instituciones si éstas no cumplen con su obligación o con su papel, ya sea por acción o por omisión, y cuando los mecanismos ideados para vigilar que aquello no ocurra, fallan estrepitosamente. La respuesta es, como hemos razonado, nadie. Simple y llanamente se soluciona con el tiempo sin necesidad de justificar los actos anteriores o reponer el posible daño causado. Esto es obvio que no debería suceder jamás, no obstante ocurre con asiduidad. Es más, puede ocurrir, como ahora sucede con los sindicatos de trabajadores, más bien poco democráticos de nuestro país, que alguna institución aún pretendan reclamar que se continúe haciendo algo meridianamente erróneo por no decir contra legem y contra la necesaria separación de poderes.

Termino como comencé, recordando a Aristóteles:
…es peligroso que el poder no se halle regulado por las leyes y que esté exento de toda responsabilidad; pedir cuentas a los gobernantes es un principio saludable para evitar la corrupción del poder y el enriquecimiento en el ejercicio del cargo.

Y yo me permito añadir, que es muy peligro que las instituciones no estén bajo el imperio de la Ley y que además sean capaces, sin que suceda nada contra ellas legalmente, de saltarse el Derecho Constitucional e incluso que con posterioridad continúen haciendo apología anticonstitucional, algo que por desgracia parece ser muy común en nuestros días dentro de nuestras fronteras. Como ejemplo sangrante tenemos a Arturo mas y sus delirios de rey absolutista del siglo XVIII.

domingo, 7 de octubre de 2012

Ensayo sobre una nueva Teoría Constitucional


Teniendo inequívocamente como cierto que el sistema de gobierno menos malo es la democracia. La democracia liberal es el peor de los posibles regímenes, si exceptuamos todos los demás. (Winston Churchill). Hacemos nuestro este pensamiento y nos permitimos reflexionar al respecto del funcionamiento del actual sistema democrático más generalizado del mundo y del que goza nuestro propio país.
Así pues, para concluir algo que tenga sentido y razón de ser, es preciso, primero, desgranar al propio sistema de la forma más clara, pero al mismo tiempo, de la forma más sucinta posible, pues en un post no es posible extenderse más allá de lo estrictamente razonable.

Atendiendo a la realidad democrática de nuestros días podemos decir sin miedo a equivocarnos, que la forma democrática más pura y correcta es aquella que se ha dado a denominar democracia directa, ya que es la que consiste en que el propio elector vote directamente en todas aquellas cuestiones que le afecten. Mientras que la democracia representativa o indirecta, la actual, es aquella por la que un elector elige a sus representantes con el fin de que sean ellos los que tomen la última decisión sobre una cuestión que les afecte.

Dado el número de habitantes y la complejidad de las sociedades actuales, se hace imposible, salvo en municipios menores con menos de cien habitantes, el sistema de democracia directa pues, como resulta obvio no es posible que 45 millones de habitantes voten cada vez que se hace una ley o norma, ya que éstas son creadas a diario a cientos.

Llegados a este punto, no queda otro remedio que concluir, que si bien, no es lo mejor, sí que es la menos mala la democracia representativa. Pero una vez aclarado este precepto debemos decidir cómo ha de ser esa representación. Actualmente los representantes de un país se eligen por sufragio universal, en España concretamente por Sufragio Universal, Libre, Igual, Directo y Secreto. Lo cual parece ser lo más justo, ¿pero acaso es lo más correcto?

Bien, analicemos esta cuestión. Nuestros Parlamentarios, actualmente, son elegidos de una lista de personas puestas por un determinado partido político. Estas personas pueden ser inteligentes o no, cultas o no, unos dechados de moralidad o no, en general serán lo que sean, en España hay representantes del pueblo que son auténticos filoterroristas, pero están puestos por partidos políticos que tienen intereses sesgados con respecto a los verdaderos intereses de la sociedad y que a su vez han sido elegidos por esa sociedad que en muchas ocasiones no sabe qué es lo que realmente vota.

Si bien es cierto que para elegir democráticamente al Poder Ejecutivo parece la forma más correcta es muy posible que no sea la mejor para el Poder Legislativo, pues si el Ejecutivo es quien elabora las leyes y el Legislativo es quién las aprueba, difícilmente puede tener lógica, si aceptamos la separación de poderes como cierta, que los que obtengan mayoría en unas elecciones y por tanto gobiernen el país sean los mismos que tienen mayoría, y por tanto deciden qué se aprueba en el Parlamento y qué no. Por tanto no deberían ser los mismos los que aprueban en el Poder Legislativo las Leyes hechas por el Poder Ejecutivo cuando éstos son los mismos. Es más, para mayor perversión democrática se trata de los mismos que eligen, en España, al Consejo General del Poder Judicial máximo órgano de la justicia en nuestro país.

Así, pues, concluimos, que si bien es cierto que el único sistema de gobierno razonable de un Estado es la democracia indirecta no es menos cierto que el sistema actual basado en la pseudo-separación de Poderes y en la democracia de partidos, más comúnmente conocida como partitocracia, no es la más eficaz ni justa ni mucho menos democrática.

Estando de acuerdo enteramente con esta conclusión nos atrevemos a formular las siguientes posibles soluciones al problema planteado por la partitocracia.
Primero: Mantenimiento del actual sistema de elección del Poder Ejecutivo.

Segundo: Mantenimiento del actual sistema de elección del Poder Judicial.

Tercero: Eliminación del actual sistema de elección del Poder Legislativo cambiándolo por uno más justo y certero. Con estas premisas se mantiene la idoneidad de no elegir por ningún tipo de sufragio a los Parlamentarios sino por sistema de elección del mejor y más cualificado para atender y entender las necesidades de la nación.

Llegados a este punto nos surge la importante cuestión de cómo elegir a los mejores de una sociedad. ¿Qué criterios sean de seguir para decidir quién es mejor y quién está más cualificado? Parece que la respuesta evidente es que mediante un sistema de designación cuyos principios estén basados en la igualdad, mérito y capacidad, o lo que es lo es lo mismo, de la misma forma en que se selecciona a un funcionario de carrera.

Para ello sería menester idear un sistema de test en función de la moral, la tradición, etc. del país y con arreglo a los objetivos que éste persiga en cada momento, variables indiscutiblemente a lo largo de su existencia y claramente cambiantes en función de las necesidades del Estado, que fuesen capaces de localizar a los más capacitados para semejante responsabilidad. Básicamente se trataría de test psicotécnicos capaces de medir el CI, la capacidad para desarrollar las funciones encomendadas, capacidad de soportar la presión y de mantener la independencia, falta de prejuicios, etc. Test culturales que seleccionen no solo al más culto sino al más hábil e inteligente. Etc.

De este modo desaparecería la partitocracia en el Poder Legislativo y tendríamos a los mejores en cada momento votando en las Cortes a favor o en contra de unas leyes que no siempre favorecen al ciudadano o al país. Estos votarían en función de su conciencia, como debe ser, y no a razón de unas consignas previamente dadas desde cada partido político.

Se propone para este modelo de Estado la realización de pruebas selectivas, entre los nacionales de nacimiento, aproximadamente cada década, pues no parece necesario hacerlo cada menos tiempo ni prudente cada más.

El Congreso de los Diputados sería eliminado y quedaría el Senado por tener un valor histórico mayor, si bien es posible hacerlo a la inversa. La composición de la Cámara debería ser en una parte proporcional al número de habitantes de la nación, entre cuatrocientos y seiscientos sería lo ideal, incluso llegando a los mil, pues la representación al ser mayor y más independiente del resto de Poderes haría que las decisiones y leyes, aprobadas en la Cámara, las más justa y apropiadas en cada momento para el país, sin el miedo de que un iletrado con dos dedos de frente pudiese votar algo con el fin de beneficiarse así mismo o con el fin de favorecer a un partido político determinado que mira más por su reelección que por el bien del Estado.

 En definitiva, con este modelo sería posible la certera separación de poderes y la aprobación más justa de las leyes, pues el Poder Legislativo no estaría atado a ningún interés político, sino a su propia conciencia, la cual, es de prever, será la más razonable, pues, quién vota no es el hombre simpático votado por el pueblo, ese será el Presidente del Gobierno, sino una persona culta, razonable e inteligente con capacidad para discernir en cada momento qué es mejor para el país y su habitantes.

jueves, 4 de octubre de 2012

Partitocracia o estulticia no reconocida:

 
Por su trascendencia jurídica, política, social y, sobretodo, democrática, me he permitido seleccionar parte de dos textos que como digo son fundamentales para comprender el mundo actual, políticamente hablando, en el que andamos, y muy especialmente para vislumbrar, no sin dificultades, la dirección partidócrata que ha tomado la inmensa mayoría de las democracias de nuestro entorno. Vamos allá:
Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad…
           (En CONGRESO, 4 de julio de 1776. Estados Unidos de América)
La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de:
Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo.
Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular.
Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.
Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.
Establecer una sociedad democrática avanzada, y
Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra.

(Preámbulo de la Constitución Española de 1978)

 

¿Qué distancia, además de los dos siglos transcurridos, se puede observar, no en los textos en sí, que no tienen nada que ver el uno con el otro salvo por su reafirmación en la libertad y en los derechos fundamentales de las personas, sino en las dos democracias creadas entonces?

La primera creó un Estado Federal, la segunda un Estado semi-federal, pues el Estado de las Autonomías está a medio camino de un Estado simple, que no unitario, pues unitario es necesariamente todo aquel que se denomine Estado, y de un Estado compuesto, que como digo por muy compuesto que sea siempre será unitario.
Bien, dónde está la diferencia entre una democracia y la otra (ojo que no estoy criticando una y alabando otra solo me limito a reflexionar). Pues yo diría que existen dos razones fundamentales.

n  La primera razón es la partitocracia o partidocracia como llaman algunos a los Estados donde el sistema democrático es indirecto y grupal (hoy día casi todos son así). Indirecto por el sistema de elección, ya que se vota a alguien para que nos represente y tome decisiones por nosotros, y grupal porque ese alguien pertenece a un grupo, a un partido político concretamente. Por tanto es lícito hablar de democracias representativas y democracias de partidos. Cuál es la gran diferencia de unos y de otros, en los primeros, aun perteneciendo a un grupo o partido determinado no es preciso seguir unas consignas ni acatar la disciplina de éstos. El segundo caso es distinto ya que si alguno se salta las reglas del grupo es cesado del cargo o del partido.

Un ejemplo de democracia representativa puede ser precisamente Los Estados Unidos de América y si bien no sería del todo correcto meter a España en el segundo grupo, sí es cierto, que los dos principales partidos de la nación crearon una ley conocida como Ley anti-transfuguismo, con el claro propósito de llegar donde la Constitución no lo hizo. Esto, sin duda y se diga lo que se diga, hace menos democrático a un país.

 n  La segunda razón a la que quiero referirme, prefiero que nos la conteste Ortega, español que fue mucho más letrado de lo que pueda llegar a ser yo en toda mi vida:
En efecto: la ausencia de los “mejores” ha creado en la masa, en el ”pueblo”, una secular ceguera para distinguir el hombre mejor del hombre peor, de suerte que cuando en nuestra tierra aparecen individuos privilegiados, la “masa” no sabe aprovecharlos y a menudo los aniquila.
(José Ortega y Gasset “España invertebrada”)

Y eso en EEUU no suele ocurrir, pues los mejores de aquel país son los llamados a dirigirlo, si no siendo la cara visible, indiscutiblemente, en las sombras. Porque España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Artículo 1.1 CE. Y lo de igualdad hace referencia, como cualquier otra democracia, a un término jurídico por el que todos somos iguales ante la Ley sin que pueda prevalecer discriminación de ningún tipo, pero en ningún caso somos iguales en cuanto a capacidad, pues, los hay que nacen sabios como Ortega y Gasset y los habemos estultos hasta la saciedad como quien suscribe este post. Y es por ello por lo que unos son mejores y hay que reconocérselo y encumbrarlos y otros no y, sin hundirlo ni humillarlo, es preciso hacérselo ver y comprender, para que en la medida de lo posible rectifique si puede y si no es así, pues carece de capacidad para ello, que comprenda su inferioridad, no jurídica, sino mental.